jueves, 28 de agosto de 2008

Presentación de Patricio Serey / Sala Puntaangeles / valparaíso

Músico de la corte
de Felipe Moncada Mijic
Una "Comedia del Arte"

por Patricio Serey
Texto leído en la sala Puntángeles, Valparaíso, mayo del 2008
con motivo de la presentación del libro.
Esta cuarta entrega individual de Felipe Moncada Mijic (nacido en Quellón 1973 pero conocido como parte de la cofradía de poetas inubicables de San Felipe, V Región cordillera) representa quizá, algo siempre codiciado por los noveles rufianes de la literatura: la madurez de un lenguaje propio. Riesgoso sí, para un poeta joven por la tentación a larga de copiarse a sí mismo, cosa que en este autor, dueño de una imaginación y por que no decirlo de una lucidez envidiable, está lejos de ser así.

Así bien lo demuestra Felipe en este “Músico de la Corte” (Editorial Fuga 2008) siguiendo como en sus 4 libros anteriores (Irreal 2004; Carta de Navegación 2006; Río Babel 2007; Salones (plaquette 2008)) con esa certera puntería para captar las imágenes más inverosímiles, con esa atención a los detalles más nimios que Moncada convierte, pasándolos por el tamiz invertido del “neobarroco”, en imágenes perturbadoramente bellas y con una carga simbólica que raramente dejan un hueco sin intención y tensión en la lectura.

Felipe se introduce en este caso, en el trillado y a veces snob mundo del arte (con músico y música por excusa) sobre todo del calificado como “neovanguardismo”, al que tanto adhiere como critica el autor en este libro (léase por ejemplo el poema Historia del amor entre los agujeros de la flauta y los dedos del pianista (1)) dándole la palabra a un músico-poeta-bufón destemplado e irónico que escarba en este sórdido mundo lleno de espejos cóncavos y convexos, una gran mansión o prostíbulo imperial donde se encuentran enclaustrados todos los personajes de esta especie de “comedieta del arte”.

Este libro, que a primera vista se podría decir que está hecho de retazos, de “flashes” dictados por un inconsciente tan lúdico como cruel, está compuesto con la precisión de un relojero, entremezclado en un amasijo singular de creatividad desopilante y experiencia concreta, que hace “sentir” al lector una experiencia (valga la redundancia) parecida a la que se aprecia cundo se enfrenta alguna lectura de Kafka, “traducidas habitualmente en paradojas o en esas parábolas enigmáticas que provocan un sentimiento de inquietud”, más parecido a un escalofrío.

Esto último considero importante recalcar a la hora en que los aguafiestas de turno puedan calificar su lectura de gélida y sin sentimientos (ausente de sentimentalismo). Aquí no hay desbordes de un “yo” víctima de las vicisitudes de la vida, ni un sentimentalismo egocentrista, ni añoranzas de un pasado “siempre presente” como fotografía sepia, bella, pero tiesa y maqueteada.

Este no es un lenguaje romanticón, ni sonido gutural de vísceras llenas de pipeño, se trata más bien del desollamiento de un cuerpo, de una realidad siempre en movimiento, cuyo interior es más inquietante de lo que a simple vista podría percibir el distraído peatón-televidente-lector. Repito, no tiene que ver con la “sensiblería”, tiene que ver con las “sensaciones” provocadas por esa mezcla de sensibilidad, humor e inteligencia que entregan estas imágenes en apariencia irreales, pero que encarnan el paradigma de un cuerpo social, histórico y cultural concreto, por ejemplo el de nuestro “Chile soñado a palos” en palabras del autor.

Por otro lado podríamos también hablar de otro ingrediente que enjundia esta carbonada. Se trata más bien de un juego que sabe bien jugar este homo ludens. Hablo del escamoteo itinerante con el lenguaje propio de las ciencias, (matemáticas, física, astronomía, botánica) que casi en un experimento alquímico Moncada mezcla con la variopinta y contrahecha vida en torno al arte, que por supuesto no está en contrasentido con la vida práctica o burguesa, “como cagar o tirarse peos” (Parra) y explicar finalmente la teoría del caos.

Es así como este músico y Cía. Interactúan sus escenas caóticas, tan parecidas a la realidad como los sueños, en escenarios rotativos donde personajes como los “archipacos”, “gendarmes”, “putas”, “concejales”, “duques”, “diucas”, “pornodoncellas”, “dueños de botillerías” y “cartoneros de la comarca” arman una galería de seres travestidos mostrando aquí su cara más turbia, tanto como su costado mas quebradizo, tornando esta partitura en un réquiem para un mundo absurdo donde abunda la tontera, la ineficiencia y el desprecio al talento. Convirtiéndose así este no-discurso, en parábola para evidenciar la falta de tino y reflexión para ver y decodificar lo que hay detrás de tanto maquillaje y cortina de humo.

Este músico-aedo es también una especie de luthier-pánico fabricante de sus propios instrumentos “neobarrocos”, piezas de artillería musical, tortura o libro de poesía que quizá sólo aspiren a tocar la vibración del silencio, interpretar la “musiquilla de las pobres esferas”, de las máquinas o de cañerías. Sin embargo, por autocrítica o víctima de su propio humor negro, el artista aquí representado, e indefinido por defecto, termina siempre estrellando sus aparejos constantes y sonantes sobre la propia cabeza o el espinazo más próximo, en un acto no de soberbia de payaso callejero diría yo, o payaso rematado, como diría Moncada, “que viven como si los semejantes fueran un público, y no un prójimo”, sino para hacer vibrar (y ojala zumbar) la cuerda de la imaginación, el rigor y la humanidad. O sea todo lo contrario del tedio y el snobismo. Darse cuenta sigue y seguirá siendo gratis.


(1)Historia de Amor

Entre los Agujeros de la Flauta

y los Dedos del Pianista


Neobarroco y neodadá

tensan el musical antibíblico

uniendo el final de la cuerda

al núcleo del terremoto.


Jotes, galanas, putos y doncellas

mueven las manos en el jardín

de tal manera

que dirigen una orquesta imaginaria.


Yo espero mi turno

para soplar una flauta de termitas

una escopeta de lujo

una cerbatana para clavar el hipocentro.


Más ahí aparece un teórico de palacio

y dice:


Consideremos que neodadá

se comporta con densidad

sodomítica, de tal manera

que neobarroco se abanica

con la frecuencia del protón.


Consideremos también

que cualquier melodía

caerá tarde o temprano

cambiando el curso de la tragedia.


Eso dijo y cambió la cosa

Pues payaso y payasa no se vieron más

Vacía para siempre la flauta horaria.

Presentación del libro en la Universidad de Concepción / junio 2008





lunes, 7 de julio de 2008

La ruleta rusa de Felipe Moncada

(“Músico de la corte”, Felipe Moncada, Editorial Fuga, Valparaíso, 2008)


Por Andrés Florit


Finalmente, creo que no comulgo con el sin-sentido, a menos que tenga sentido. Los surrealistas lograron habilitar otras vías de conexión con el inconsciente y los que eran poetas lograron estremecernos. Así han venido otros, como Celan o Rosamel del Valle que nos dieron bellos enigmas, autónomos y no referenciales. Cuando la poesía se muestra a partir del sin-sentido, tenemos otro tipo de conexión con el misterio, con lo no-nombrado. Eriza no entender y sin embargo entender. Pero cuando el sin-sentido es un mero tirar de dados para hacer algo literariamente novedoso o inteligentemente conceptual, es sólo artificio, retórica fácil, texto vacío.

Ya lo sé Dios no es tarado
ni compone arrojando dados
como charlatán de feria.

Es tan difícil escribir sobre los compañeros de ruta, tener que leerlos empañando sus libros con nuestro ánimo de momento. Por eso la crítica me parece siempre relativa y sólo importante cuando construye puentes entre un hipotético lector y la obra en cuestión. Y esos puentes siempre serán distintos, incluso sin son construidos por la misma persona en diferentes momentos. Hoy, domingo brumoso, releo “Músico de la corte”, de Felipe Moncada (1973), y veo en él un divertimento que tiene sentido, y que no es un invento para agradar a la corte que quizás somos nosotros mismos.

En tono de opereta y bellamente ilustrado con dibujos de Pablo Valdés, este libro construye sentido a partir del juego y del ritmo, de imágenes excéntricas y un oído definitivamente contemporáneo, que no se deshace completamente de la racionalidad y se permite intelectualizar sus intuiciones, inscribiendo su obra en el ahora del arte contemporáneo.

Así, el sin-sentido, en Moncada, no es un dictado automático del inconsciente. Aquí hay intención y dados cargados. Una amalgama de tradiciones diversas, bien asimiladas y desacralizadas, que en Chile podríamos vincular a la obra temprana de Huidobro o a la coloquialidad de Parra, pasando por Lihn y Teillier, con Li Po entre medio y una informada cultura musical. De todos modos, no es una colección que se aleje completamente de lo discursivo, sin que eso sea un reproche. Quiero decir: esto no es música de supermercado, despolitizada, seudo-estetizante y aséptica como la que escuchamos en el Paseo Huérfanos o leemos en otros poetas “de avanzada”. Quizás este verso sea un buen botón de muestra: “Mi destino es un aro de luz /y no una estrella en la camisa”.

Pero es eso y más y menos. Moncada me parece interesante porque se conecta con una cotidianidad trascendente y a la vez situada, que pese a desacralizar no olvida que pertenecemos a un todo misterioso, a una verdad que nos desborda, que es sugerida sin gravedad. No se queda en el gesto metapoético anti-metafísico. Hay una vida poética interior que bulle y se nos presenta, a veces balbuceante, a veces lúdica, con un humor que se conecta sutilmente con lo trágico:

Solamente me entrego (dijo)
si demuestras la existencia del silencio

elegí un cementerio en la costa
y puse un par de nubes en la pecera

varios días sin comer me dieron la pista:
debía caminar en espirales
respirando lo mínimo posible

entonces la nube comenzó a vibrar
penetrando cada milímetro de pasto

y se logró el silencio por vez primera
cosa que luego se volvió rutina.

El sanfelipeño Moncada está construyendo un tono bastante personal y digno de la mayor atención. Quiere escuchar “los engranajes del aire” y que oigamos “el vacío del mundo”, mientras nos sugiere que “toda melodía es una conjetura”.

Al citarlo, me doy cuenta lo inútil de glosarlo. Así que dejo este “oficio de tinieblas” y le cedo el final acorde: “no estoy para fantasías mecánicas /así que vuelve mi sombra a su bajo perfil // olvida mi poesía de ruleta rusa".

Texto aparecido en Letras.s5.com (acá)

AL SON DEL POEMA


Músico de la Corte, de Felipe Moncada

Por Felipe Ruiz

Han pasado algunos años, pero recuerdo bien los versos con que abre el último poema de la antología Cantares: “Heme aquí con las manos acalambradas, llenas de articulaciones/ rotas; he aquí un silencio en medio de fusas y corcheas, sin/ sentidos vivos, recitando versos de dolor temprano”. El poema pertenece al joven poeta Eduardo Fuentes y si es poeta, aún, no lo sé con certeza. Aunque desde luego los versos son infinitos y con éstos, sólo bastan para denominarse poeta para el resto de su vida. Me vienen a la cabeza, digo, por una sencilla razón: ahora que en nuestros pubs hay música, ahora que en los autos hay música, ahora que en los supermercados, en los consultorios, en las comidas rápidas, en los malls; ahora que con mayor frecuencia vemos a jóvenes y adultos con audífonos, ahora que los celulares tocan música, ahora que se puede descargar cientos de discos de Internet, ahora que se puede portar música en aparatos minúsculos, y que por otra parte se practica, incipientemente en Chile, una “filosofía de la música”, el alcance, la hondedad, de la belleza del arte musical nos toca a fondo, nos mantiene alertas; porque quizás esa belleza encierra un horror macabro, o porque de todas las artes la música es la más versátil, la que genera más adhesión popular.

Con todo, lo que encierra un poema como Músico de la Corte, de Felipe Moncada, debe ser leído bajo esa doble factura de belleza/horror, alegría/tedio que la música, sea en sus versiones más “cortesanas” o “populares”, encierra. No estamos posiblemente en condiciones de situar este poema en un tono al que acostumbramos a parcelar a las obras de la capital: su profunda extrañeza, la situación de desarraigo frente a lo urbano es patente. Pero sin ir muy lejos, esa misa extrañeza logra que el poeta Moncada se sitúe en la forma de un observador atento y a la vez alucinado con la forma y el registro:

Cruzamos un páramo de poliedros:

Por cada sauce chino
Cuatro poetas envejecen al azar

Una vertiente silba en honor de las violetas muertas

Dice en Antes que Floten los peces. Los juegos de lenguaje y el non sense es recurrente en la poesía de Moncada, y aunque no siempre sea un resultado bien logrado – puede, en algún lector, sonar demasiado recurrente el sin sentido -, alcanza en algunos pasajes una soltura de tan alto vuelo que provoca cierta desesperación, cierta angustia ante un mapa trazado para la simpatía del lector, pero también para su desazón:

Entré a su cama de niebla
Con la velocidad que los timbales
Logran retroceder la primavera
Los besos de ella se adherían
Con la insistencia de la llovizna
Y la furia de las palomas

Corrí muerto de miedo hacia el final de la pieza
Cuando la vibración de los platillos
Hizo chocar mi boca contra los muros

Entonces fui el ciruelo lleno de polen
Novio de las mañanas que florecerán al revés

Es de Corrí Muerto de Miedo. Y es esa extrañeza de los versos, algunos simples curiosidades, pero otros (como el último), frutos de una misteriosa cavilación, que se va tejiendo Músico de la Corte

Novio de las mañanas que florecerán al revés

¿Cómo es que florecen al revés? Se indica aquí la belleza de este momento en que el tiempo, nivelado, se convierte en tiempo inverso. Pero esa relegación del tiempo es, en el lugar que ocupa nuestra cultura el cálculo y el computo, simplemente un sueño, una fantasía. Aún así, el tema de ese tiempo involutivo, es nominado en futuro: “florecerán”. No se nombra así el tiempo que florece como las estaciones, sino el tiempo que las mañanas (ellas) al revés, florecen.

La relación a este fin que adelanta a todo comienzo indica la nivelación del tiempo ordinario a la que este poema nombra. Allí no se nombra el futuro como progresión sucesiva de presentes. Se nombra más bien, el futuro que, adelantando a todo final, está destinado ya al fin. Nombra, por tanto, ese lugar donde desde luego ya nos encontramos.

De ese espaciamiento que nombra, designa, el poeta nombra el espanto. Y lo hace diciendo

Corrí muerto de miedo hacia el final de la pieza

Ese “final” de la pieza designa el cruce del poeta desde esa noche hacia la alborada que está al final de la pieza. La pieza, como situación de espacio y habilitación, designa lo recíproco del devenir tiempo. Curioso, correr hasta el final de la pieza, como si la pieza pudiera ser tan espaciosa para permitirse correr dentro de ella. Así se designa nombra, desde luego, el espaciamiento del habitar del mundo que, no por casualidad, el poeta designa como música. La esencia de la música determina el sentido que adquiere el poema como imagen – tiempo. Desde esa apertura, el poeta dice

Cuando la vibración de los platillos
Hizo chocar mi boca contra los muros

Lo que se escucha es designado como designación que, al tempo de correr al fin del muro, implica un giro cuya vibración es dolor. La vibración designa así, en este poema, lo vibrátil del dolor, que en la música resurge como remembranza del tiempo en que sí se podía correr por la habitación.

Un poemario de alto vuelo, y de implicancias líricas hermosas, Moncada nos mueve en la inquietud de la música, de lastre. Pero poesía hay aquí y en eso no se descarta que sea posible esperar gruesos hallazgos en el futuro de este joven poeta.




Texto aparecido en Letras.s5.com (acá)

martes, 27 de mayo de 2008

Presentación:




“MÚSICO DE LA CORTE”
LA ESCRITURA DE FELIPE MONCADA
O EL VIAJE DEL PAISAJE BARROSO DE SAN FELIPE
A LA EXPLOSIÓN NEOBARROSA DE LA LENGUA


Sergio Muñoz Arraigada
Valparaíso, mayo de 2008


El engranaje retórico de esta presentación se echó a andar hace muy poco tiempo, por lo que voy a excusarme ante Felipe y ante ustedes de efectuar una lectura casi a primera vista.
Hace algunos días, recibí un llamado telefónico de Felipe, encargándome la escritura de una presentación para el libro que iba a presentar al final de la misma semana, en Valparaíso, publicado por Editorial Fuga. Un libro, cuyo nombre me pareció algo anacrónico y sospechoso: “Músico de la Corte”. Sin embargo, me comporté de manera educada y solidaria con Felipe y accedí a su petición, debo reconocer, no muy convencido, por la premura y porque generalmente me excuso de participar en estos ritos de presentaciones, lanzamiento o iniciación, donde casi no se presenta, donde generalmente no se lanza nada, y donde poco se inicia.
Porque este seudo-oficio de presentador de libros, aunque ustedes no lo crean, es arduo y duro. Implica, por un lado, el alejamiento de la familia, y por otro, la esclavitud de comenzar a girar días, noches y semanas, en torno a palabras llenas de ajenidad. Palabras que a veces no nos dicen mucho. Pero además, por otro lado, nos coloca en el riesgo de aquella actitud inconveniente y vergonzante de tener que promocionar efusivamente, y a veces hasta el hartazgo, textos que a uno -a veces- no lo convencen demasiado. Más aún, uno está aquí para entrar en la conciencia y en la billetera de los asistentes a estos eventos, para rogar que compren un libro que talvez uno no compraría. Es decir, una actitud de las peores, por donde se la mire.
Le pedí a Felipe que me enviara el libro, y aquella noche, al encontrarme finalmente con los primeros versos, debo reconocer que mi situación afectiva respecto del libro, y del autor, cambió radicalmente. Me sentí absolutamente complacido, halagado y agradecido por la invitación. Porque los versos iniciales del libro tienen que ver de manera increíble, precisa y certera, con algunos de los rasgos y características más queridos por mí, tanto en el estudio de la música, como en mi propia obra poética.

Dice Felipe en el arranque de su libro, en el poema “Campanas en el Puente”:

“Con trescientas ochenta campanas
compuse un palíndroma musical

si caminas en un sentido oyes una melodía
si caminas en el otro una melodía distinta

costó muchos viajes en avión
imaginar una partitura reversible: una casa de putas
a cuerda
un piano que cruza un río. Al ser necesario

compuse una garza que al batir
desordena las ideas de los peces

pero si las ideas son lunas o lupanares
el río se quiebra en las campanas.”

Es decir, en apenas 12 versos, Moncada da cuenta, o más bien, demuestra una filiación con una tradición musical riquísima y antigua, diversa y curiosa.
Por nombrar sólo algunos ejemplos: el minueto de la Sonata en Do Mayor de Haydn, donde el segundo movimiento es exactamente igual al primero, pero interpretado al revés; el Ludus Tonalis, colección de doce fugas escritas por Paul Hindemith, donde el postludio es igual al preludio, pero tocado invertido y al revés.
O algunos otros ejemplos de músicos o estilos que aparecen en la obra de Felipe Moncada. Por ejemplo:
Las fugas y cánones en espejo (directas e invertidas) de Johann Sebastián Bach en El Arte de la Fuga, en las Variaciones Goldberg y en El Clavecín Bien Temperado, entre otras, donde los temas se presentan al revés y con diversas modificaciones (aumentos y disminuciones rítmicas):

Cito a Moncada:

“el deseo es conectar música étnica
con pulsaciones de galaxias Bach…”

Las partes 14, 17 y 18 del Pierrot Lunaire de Arnold Schöenberg, escritas también como contrapunto canónico, en espejo e invertidas:

Cito a Moncada:

“su canto: un chirrear de máquinas de molino;
estertores en do-de-ca-fo-nía
para envidia de los agonizantes.”

Es decir, todas composiciones musicales de un trabajo formal denso, donde, de alguna manera, la forma es la obra.


El título “Músico de la Corte”, parece hacer referencia al empleo de músicos que comienzan a efectuar los señores feudales y la nobleza europea a partir del siglo XIII.
¿Pero, cuál es la corte que aparece en estos textos? ¿Tiene alguna relación con nuestra propia historia musical?
En rigor, la casa patronal de la Colonia chilena, nunca dio para tanto. No llegó a ser una corte, en el sentido europeo y clásico del término. Como lo dice Octavio Paz: “Hay una diferencia capital entre el pluralismo novohispano y el pluralismo medieval: los grupos que componían a la sociedad novohispana no tenían representación política y no conocieron esa forma hispánica de parlamentarismo que fueron las Cortes”.
La música en Chile, al menos hasta comienzos del siglo XIX, se dio fundamentalmente en dos espacios distintos, claramente diferenciados: primero, en el campo, ligada a una tradición más bien oral. Y luego, en el ámbito eclesial, donde se efectuaron los primeros ejercicios composicionales de música escrita en partituras en Chile.
Algunos hitos de aquello fueron la llegada del sacerdote jesuita y Cantor Juan Blas, en 1543 o la experiencia de otro sacerdote, Francisco Cabrera en 1573, en Valdivia. El enorme talento de dos indios yanaconas Juanillo y Diego, cantantes en el coro de la catedral de Santiago en 1579. Andrés de Olivares, organista de la catedral desde 1686. El español José de Campderrós, maestro de capilla de la catedral de Santiago entre 1793 y 1812, y la música creada y escrita por la esclava negra María Antonia Palacios a fines del siglo XVIII, por nombrar sólo algunos.
Sin embargo, es posible constatar que la experiencia musical en Chile, se enriqueció exponencialmente a partir del tráfico comercial y humano que se dio con lo más cercano a una Corte de verdad, como fue el virreinato del Perú. Desde 1778, año en que se decreta la libertad de comercio, y se deja de utilizar la ruta obligada del istmo de Panamá que era recorrido a lomo de mula hasta llegar al Pacífico, se comienza a verificar un tránsito nuevo por Valparaíso, pues gran parte del comercio que llegaba desde Europa, así como también las compañías musicales que venían a presentarse a Lima, desde Europa o desde Buenos Aires, pasaban por Valparaíso. Es así como el 26 de abril de 1830, se presenta en Valparaíso la primera ópera: “El engaño feliz o el traidor descubierto” de Rossini.
Sin embargo, el dato que más nos puede ayudar en relación con el libro de Felipe Moncada tiene relación con el entusiasmo musical del Director Supremo. Bernardo O’Higgins, que estudió piano y composición en Londres, que tocaba el pianoforte con regularidad, como lo afirma María Graham en su diario, curiosamente puso al tambor mayor de la banda de Santiago, a estudiar y a perfeccionar sus conocimientos musicales (adivinen dónde) en la ciudad de San Felipe.
Me pregunto: ¿No quedará de ese gesto algún resabio en la memoria celular del poeta, o en el humus del lugar –que el poeta habitó- y que hizo brotar, 200 años después, a un músico, de otra corte, con otras preocupaciones y deberes laborales y estéticos que empiezan a crear una argamasa personal, curiosa y única en nuestra fértil provincia?


Sábato -en sus conversaciones con Borges- afirma que los sistemas filosóficos y literarios, casi siempre son desarrollo de una metáfora central. Siguiendo esta idea, el devenir de la obra de Felipe Moncada, está desembocando en algo que él mismo ha nombrado como “la transfiguración de payaso a plañidero”. Más allá de la broma, hay un asunto esencial vinculado más bien a la estética de su obra impresa. Porque la escritura de Felipe Moncada está sin duda en movimiento.
Después de realizar una lectura panorámica de lo suyo, yo diría que la clave de este cambio se encuentra en el Capítulo 3 de “Río Babel”, que lleva justamente por nombre “Babel”. Allí se produce una explosión neobarrosa que está teniendo consecuencias en la obra posterior (léase “Salones” y “Músico de la Corte”).

Cito a Eduardo Milán para contextualizar los alcances del término Neobarroso que ocupo, y que ocupa también Felipe Moncada en su libro.

Dice Milán:

“En su generalidad, los poemas "neobarrosos" practican una división entre la utilización programática de los significantes y el uso del lenguaje poético como señalamiento al marco social del estado de cosas del mundo. Utilización programática: el aumento del lenguaje, la constitución afirmativa del lenguaje poético jugará con el azar del parentesco eufónico como productor de significación, como señalador de un devenir -esa es la palabra- de significación no sujeto a un área semántica predeterminada. El poema, como juego del lenguaje, adquiere el derecho a desbordar cualquier área semántica pre-establecida en cuanto a la construcción de un objeto de arte.”

Obviamente, la utilización del término, no guarda relación total con la suma de características estéticas y poéticas vinculadas al original. Por eso me parece interesante que nos situemos en el epicentro de esta explosión del lenguaje en la obra de Moncada, que como he dicho, se encuentra a mi juicio, en el capítulo 3 de “Río Babel”, donde el poeta dice:

“Se acabó el río de Babel, su deslenguadura
se curvó tras el último siglo, su hoguera fue neón.

Terminamos por fin de enredar la lengua:
ascensores de la torre se oxidan al eriazo

la liebre salta en cualquier momento.”


O más adelante:


“veo personajes
que burlan el tiempo en un jardín
vagamente
conocido:
un sueño a fin de cuentas
ajustado al marcapasos.

La palabra se quiebra en la página.”


Es curioso que esta explosión del lenguaje ocurra en un ámbito cerrado, circunscrito en un caso, a los salones, y en otro, a la corte. Tal vez el cambio más significativo en lo que respecta a Felipe Moncada es –por contraposición a su obra anterior- la ausencia, o más bien la presencia velada o silenciada de la naturaleza.
Indudablemente, ambos trabajos giran en una órbita similar, con personajes y escenarios retóricos curiosamente acotados en tal dispersión de significantes y significados.
En “Salones”, plaquette editada este mismo año por ediciones Alquimia de Santiago, el fondo del fango expresivo, guarda una relación mayor con las artes visuales y la imagen. Sin embargo, hay también algunas otras alusiones y referencias a la música. Leo algunas de ellas:

- “los músicos llevan un monóculo y la partitura del aire entre los dedos”

- “y de una ventana cerrada, pueden elevarse las partituras de Pitágoras”

- “En el bodegón (una hoja de cálculos), se combinan una lámpara de petróleo, un violín y un paquete de tabaco, la tarea es resolver muchas veces el mismo problema, calcular hasta que las cuerdas ardan en su lámpara”

- “atrofian la quimera para no salir del canon, pero intentan superar el modelo con escuadra y compás religioso”

- “Humo que sale de un saxofón y una mujer pintada por Modigliani”

- “Cualquier acto podría contener poesía, cualquier texto en verso o prosa podría tener un final de cuerdas vibrando y un pez dorado que lo atraviesa”

- “a los instrumentos de guerra convertidos en musicales por encantamiento de Lesbia en su acuario de luz”.


En el caso de “Músico de la Corte”, la preeminencia de los elementos que constituyen el libro, está vinculado más bien al ámbito musical. Los 43 poemas del libro, están unificados férreamente por la presencia de un hábitat simbólico donde se reiteran una y otra vez, los términos musicales, los nombres de instrumentos, la aparición de una orquesta neolítica, las pulsaciones de galaxias bach, el pentagrama de la sordera, etc.
Yo diría, la peripecia completa del músico instalado en el espacio cerrado de una corte algo extraña, que de alguna manera está ambientada a la manera de las cortes europeas, pero que despide un tufillo recargado, donde es posible admirar a una serie de personajes caracterizados, casi como caricaturas que deambulan en las intrigas de palacio: La reina y el rey, las archiputas y pornodoncellas, el duque y la diuca, el archiobispo austríaco, el cardenal purpurado, los jotes, galanas, putas y doncellas, el teórico de palacio, etc.
Martín Cerda afirma en su libro “La palabra quebrada”, que el autor, en el sentido que hoy lo entendemos, es un producto de la sociedad burguesa: es el escritor liberado de la tutela que, a través del mecenazgo, ejercieron sobre su obra la Iglesia, la Corte y la nobleza.
Resulta curioso entonces, que Felipe Moncada, nos vuelva a sumergir en el espacio cerrado de la corte, con el predominio externo de esta tutela ideológica y estética en el más amplio sentido, a la que se refiere Martín Cerda, y que sin embargo, en el caso de Moncada, esta tutela encamine su poética hacia espacios de ecos, resonancias y reverberaciones más vinculados a las vanguardias europeas, o a la neovanguardia latinoamericana, (lo que él personifica como neobarroco, neodadá, y yo agregaría como neosurreal). En ese gesto de permanencia en un espacio cerrado, que sin embargo, tiende puentes expresivos desde la música y el encierro, a realidades transfiguradas más complejas, está -a mi juicio- el nudo fundamental de este libro.
Un elemento relevante en mi lectura de “Músico de la Corte” está vinculado justamente a la existencia de otro espacio cerrado, que aparece también en el libro, en sordina, pero que no tiene relación con el lujo de la corte, sino más bien con la suciedad y la sombra lúgubre de la cárcel.
Esa presencia, a mi juicio, está relacionada con la aparición del archipaco, los gendarmes, el espacio de la prisión y la tortura, con su patio y sus claves inconfundibles.

Cito a Moncada:

- “En hueso de prisionero
tallé un par de lunas menguantes
la constelación de la zorra
y los agujeros del mes.”

- “y si le doy cuerda
es sólo por despistar a los gendarmes
pasatiempo, solamente
para ver crujir los engranajes del aire.”

- “Al gendarme le gustó el juego
y me permitió asomar a la ventana
dos veces al día:

ahí podía ver una cancha de cemento
y jugadores de cuerpo rotacional
dando patadas a una pianola

en las partituras colgaban su ropa mojada…”

- “ya que al cortarse
un gendarme grita desde el patio
y la idea vuelve a su ladrillo original”

- “una tarde que pendulaban los aromos
se aburrió de mi torpe sonatina
y cambió su favor a los amigos del archipaco…”

- “archipacos, gendarmes y galanas forman un tren
que se balancea con la borrachera del reloj”

- “quedando cualquier artefacto construido
en poder de los tribunales y su parentela”

Dice luego, en uno de los últimos atisbos de esta realidad carcelaria y judicial, que es posible verificar en su libro:

- “si algún jurado de la corte
hubiera jalado conmigo de la niebla del eriazo”

¿No será posible entonces, que la corte a la que se refiere el título del libro provenga más bien, o también, aludiendo a la polisemia del lenguaje, de una realidad más vinculada a los tribunales de justicia, y a la experiencia de la cárcel, más que a la corte principesca que aparece en una primera lectura?
Andan también en la obra de Moncada, algunas partículas extraídas de su experiencia intelectual como Físico, y cómo no, si seguramente aquellos conceptos se relacionan con parte importante de la experiencia y de la identidad del poeta.

Dice Mocada en “Músico de la Corte”:

“mi teoría musical son antipartículas
disparadas por dios africano al azar”

“apenas me nombraron astrónomo imperial
Quise establecer la geometría mística de los cielos”

“un temporal de partículas parte las cajas
para que la comarca baile al compás”

O este último ejemplo donde Moncada hace coincidir tanto la cita científica como la conceptualización teórica y estética en una misma estrofa:

“Consideremos que neodadá
se comporta con densidad
sodomítica, de tal manera
que neobarroco se abanica
con la frecuencia del protón”

Como sea, Felipe Moncada es un poeta cuya obra me parece muy trabajada, cuidada y fina. Inteligente incluso en aquellos momentos expresivos donde el lenguaje pareciera ensuciarse. Es un poeta que, en rigor, no es de San Felipe, pero sigue siendo de San Felipe. Nació en Quellón, Chiloé, en 1973, vivió luego en Talca, donde terminó la educación media, y estudió Física y Matemáticas en Santiago.
Ha sido fundador y director de la revista La Piedra de la Locura, con siete ediciones desde el 2002 al 2006. Ha obtenido diversos premios, entre los que destacan el septuagésimo aniversario de las juventudes comunistas, el concurso Stella Corvalán de la Municipalidad de Talca, el concurso Dolores Pincheira de la SECH Concepción y la Beca del Concejo Nacional del Libro y la Lectura.
Ha sido antologado en varias publicaciones desde el 2002, y ha publicado los libros individuales: “Irreal” (2003); “Carta de Navegación (2006); “Río Babel” (2007) y “Salones” (2008).
Entre los años 2000 y 2006 vivió en San Felipe, incorporándose a este curioso grupo de nuevos y talentosos poetas del Valle de Aconcagua, donde la obra de nombres como Cristián Cruz, Camilo Muró, Patricio Serey, Lautaro Condell, Carlos Hernández, Marco López, Rodrigo Martel, Raúl Tapia y Lorena Véliz entre otros, comienzan a dialogar con el resto de las poéticas chilenas y latinoamericanas.

Cito nuevamente a Eduardo Milán:

“La actitud neobarroca es una crítica a la identidad cultural. Cruces de identidades, mestizaje, cultura no consolidada totalmente en sus valores -o asumida en los que construye cotidianamente-, la de América Latina parece ser una condición multicultural en transición constante.”

Al respecto dice el poeta Néstor Perlongher, autor del término:

“Yo hablaría de “neobarroso” para la cosa rioplatense, porque constantemente está trabajando con una ilusión de profundidad, una profundidad que chapotea en el borde de un río.”

Resulta altamente sugestivo el trabajo que han realizado y están realizando estos nuevos poetas de San Felipe de Aconcagua, por cuanto han hecho posible articular desde allí, desde un barro distinto al rioplatense, por cierto, desde lo que he denominado como el paisaje barroso de San Felipe, un trabajo altamente concentrado en el lenguaje, que opera en el ámbito de una creación estética seria y en movimiento.

No quiero terminar estas palabras, sin antes hacer una breve referencia al trabajo que están realizando Ángela Barraza y Arturo Ledezma con la Editorial Fuga de Valparaíso. La edición de “El mapa no es el territorio: Antología de la joven poesía de Valparaíso”, realizada por Ismael Gavilán; “Alfabeto para Nadie” de Cristián Gómez; “Chilean Poetry” de Rodrigo Arroyo; “Músico de la Corte” de Felipe Moncada; y los libros que vienen: “El arte más antiguo” de Alfredo Alonso Estenoz (Cuba); “Nosotros y las tortugas” de Jesús Jambrina (Cuba); “El margen del cuerpo” de Florencia Smiths; y “Arquero” de Felipe Ruiz, dan cuenta de un trabajo editorial serio, significativo y de enorme proyección, que revela una vez más, la falta de instinto editorial de autoridades y poetas de la región (entre los que ciertamente me incluyo).

Si hay gente aquí del Consejo de la Cultura, del Gobierno Regional, o empresarios interesados en invertir en bienes culturales, apoyen a Editorial Fuga, que está haciendo un trabajo editorial realmente interesante y trascendente, de enorme proyección artística, pero también de gran proyección económica.

En el mismo diálogo de Borges y Sábato, que he citado anteriormente, Borges afirma:

“si al final, cuando termina la obra, el autor piensa que hizo lo que se propuso, la obra no vale nada…”


Yo creo que esta obra de Felipe Moncada, “Músico de la Corte”, trasciende al poeta, al músico y al físico-matemático que se esconde y sucesivamente aparece detrás de sus líneas, y espera la complicidad de lectores que puedan arribar a nuevos destinos estéticos después de su lectura.
Por eso, apelo al papel ingrato de quien debe entrar en sus conciencias y en sus billeteras, para recomendarles de corazón, que adquieran este hermoso libro de Editorial Fuga, imprescindible a la hora de dialogar con la música, la física, la corte y la prisión que todos llevamos dentro.
Sergio Muñoz
Valparaíso 2008

martes, 20 de mayo de 2008

Lanzamiento Músico de la corte



Este viernes 23 de mayo se presentará el libro
Músico de la corte


del poeta

Felipe Moncada Mijic.

La presentación estará a cargo de los poetas Sergio Muñoz y Patricio Serey y habrá una interpretación de violoncello a cargo de Pablo Valdés.

Lugar: Sala Puntangeles de la UPLA. O`Higgins 1260, plaza cívica, valparaíso.

20: 00 horas


martes, 8 de abril de 2008

MÚSICO DE LA CORTE



Por Cristián Gómez Olivares


Al leer estos poemas de Felipe Moncada (1973), resulta sorprendente la capacidad del autor para hacerse de un lenguaje propio, tal vez el desafío mayor que enfrenta todo poeta y que Moncada, con este su cuarto libro, logra sortear con trazo seguro. El libro que el lector tiene en sus manos está recorrido de punta a cabo por un universo coherente, respaldado sólidamente por la invención de un lenguaje que, como recién decíamos, es una de las características que este libro debiera lucir con orgullo.

Pero esta metáfora de estar “respaldado sólidamente”, no quiere ocultar tampoco la fragilidad indesmentible del mundo representado: no por nada este músico compone por encargo, no por nada se acerca mucho a la figura (no tan) decorativa del bufón de la corte, a quien, dicho sea de paso, se le debe prestar atención sólo cuando se está riendo.

La galería de actores y personajes que pasean por estas páginas parecieran formar parte no de cualquier corte, sino de una corte de los milagros en los sentidos originario y extendido de la expresión: como un barrio poblado de ladrones y prostitutas (putas y archiputas las llama el hablante de este libro), pero también como un microuniverso donde se concentran la ineptitud y la inoperancia hasta tal punto que lo convierten en un mundo enajenado por completo de la realidad. Una mezcla de ambos atraviesa estas páginas: están efectivamente aquí las putidoncellas y los concejales, los dueños de las botillerías y los gendarmes, con quienes de una u otra manera nos hemos enfrentado a diario; pero también están esas referencias a un Chile que inevitablemente se nos torna real, vivencial, histórico si quieren. Y de estas vivencialidades (como le gusta escribir a mi amigo Jaime Quezada) también se compone, en parte, este músico de la corte: véase, para mayores antecedentes, un poema como “Derrocado el Duque”, donde las jerarquías nobiliarias del título no son sino un buen pretexto para desplegar una referencialidad sibilina y escurridiza, pero no por eso menos contundente. Nuestro músico hablante se enfrenta al pasado al hacer uso de ciertas palabras de no muy buen recuerdo en nuestro país, incluso si, como ocurre en este caso, no se trata de una propuesta ni menos de una solución explícita: en este poema nos encontramos en un museo de la tortura, pero ya no en un lugar de detención, lo que marca una diferencia significativa. Pareciera ser que, si bien la tortura (i.e., las violaciones a los derechos humanos cometidos durante la dictadura) no es posible de ser olvidada, ni tampoco puede ser tematizada a través de una memoria oficial (Informes, memoriales varios), sí debiera ser entendida como uno de los hitos claves en la formación del Chile de la post-dictadura, un documento de la barbarie que no puede ser disociada del discurso económico (y) exitista que ha permeado los años de la transición y que al mismo tiempo pretende ocultarla: por eso los dos versos finales de “Derrocado el Duque” me parecen de una implacable lucidez:

pues de tanto Chile soñado a palos
aprendí la historia por métodos directos.

Desde 1990, el discurso oficial ha repetido la monserga según la cual con el retorno a la democracia, regresamos a una de nuestras más nobles tradiciones, aquella de un país culto y civilizado, respetuoso de sus instituciones y que confía en éstas como instancia compartida para resolver sus conflictos. Sin embargo, ciertos cientistas sociales se han encargado de demostrar lo anterior como una falacia, para interpretar la historia de Chile como la de un largo periplo de violencia social, soterrada y no tan soterrada, de la cual el golpe de Estado del ’73 no fue más que su culminación. Por eso la lucidez de estos versos de Moncada, por eso el desparpajo de decirlos ahora, precisamente en estos tiempos.

En ese Chile de los poderes fácticos en que nos ha tocado vivir desde el fin de la Unidad Popular, no es difícil suponer que el rol del intelectual o la función de la poesía se hayan visto afectados (Cito a Moncada, de su poema Solista del Odio: “La niña me dijo: con tu poesía/ no vas a llegar a ninguna parte”). En lugar de una fácil politización del habla, esa misma politización que es auspiciada por cierta corrección política que no hace sino sustentar el sistema que pretende criticar, Moncada opta, en cambio, por la complejidad de los signos, en una ecuación donde los significantes han sido alterados para aplazar celebratoriamente el significado. La negación de la música de las esferas que practica este músico en la corte, se parece más a esa musiquilla de las pobres esferas (sin ser un epígono de Lihn) que desmiente cualquier posibilidad de una armonía universal o de una íntima correspondencia entre los objetos del mundo. El gesto de Moncada, más bien, es el de la risa irónica, la carcajada carnavalesca pero también amarga, incapaz de escapar a la cooptación generalizada, pero que aún así apuesta por una última reserva de sentido.

Así se entiende que este libro sea una larga y profunda parodia. Una parodia de los lenguajes (de la ciencia, de la música, de la religión) y por extensión de la figura del poeta mismo. La ironía deviene necesariamente en una carnavalización, un abandono de las jerarquías donde el hablante de este libro se encuentra a sus anchas. Los títulos nobiliarios que desfilan por estas páginas se codean en el mismo poema con los gendarmes, aunque (y me parece que esto es lo más importante de libro de Moncada), tal ruptura con los órdenes establecidos se logra a través del extrañamiento del lenguaje y no como producto de ningún slogan, de frases hechas o preconcebidas que no implican ningún riesgo ético ni formal para el poeta. Por el contrario, lo que el autor de Músico de la corte se propone no es obliterar el anhelo de una eventual comunicación, si no antes bien hacer de ésta un ejercicio creativo, nuevo, fervoroso y no un remedo artificial de ella. Recuerdo a propósito de esto unas palabras de Joseph Brodsky, en las que de alguna manera se quejaba ante la imposibilidad de reproducir en inglés, el idioma de su exilio, algunas experiencias que sólo podían expresarse en ese idioma ruso de su patria, más adecuado a la representación del mal. Para él, el gran problema era la carencia en su segundo idioma de una sintaxis enrevesada como la que le permitiera, en su idioma natal, acceder a esas experiencias o reformular esas experiencias que de otro modo no tendrían cabida en el mundo del lenguaje. Me pregunto si Moncada no pasó también por ese trance de descubrir que en una misma lengua hay muchas otras lenguas. Nosotros asistimos a sus frutos.





Texto aparecido en Letras s.5 (ver)