jueves, 28 de agosto de 2008

Presentación de Patricio Serey / Sala Puntaangeles / valparaíso

Músico de la corte
de Felipe Moncada Mijic
Una "Comedia del Arte"

por Patricio Serey
Texto leído en la sala Puntángeles, Valparaíso, mayo del 2008
con motivo de la presentación del libro.
Esta cuarta entrega individual de Felipe Moncada Mijic (nacido en Quellón 1973 pero conocido como parte de la cofradía de poetas inubicables de San Felipe, V Región cordillera) representa quizá, algo siempre codiciado por los noveles rufianes de la literatura: la madurez de un lenguaje propio. Riesgoso sí, para un poeta joven por la tentación a larga de copiarse a sí mismo, cosa que en este autor, dueño de una imaginación y por que no decirlo de una lucidez envidiable, está lejos de ser así.

Así bien lo demuestra Felipe en este “Músico de la Corte” (Editorial Fuga 2008) siguiendo como en sus 4 libros anteriores (Irreal 2004; Carta de Navegación 2006; Río Babel 2007; Salones (plaquette 2008)) con esa certera puntería para captar las imágenes más inverosímiles, con esa atención a los detalles más nimios que Moncada convierte, pasándolos por el tamiz invertido del “neobarroco”, en imágenes perturbadoramente bellas y con una carga simbólica que raramente dejan un hueco sin intención y tensión en la lectura.

Felipe se introduce en este caso, en el trillado y a veces snob mundo del arte (con músico y música por excusa) sobre todo del calificado como “neovanguardismo”, al que tanto adhiere como critica el autor en este libro (léase por ejemplo el poema Historia del amor entre los agujeros de la flauta y los dedos del pianista (1)) dándole la palabra a un músico-poeta-bufón destemplado e irónico que escarba en este sórdido mundo lleno de espejos cóncavos y convexos, una gran mansión o prostíbulo imperial donde se encuentran enclaustrados todos los personajes de esta especie de “comedieta del arte”.

Este libro, que a primera vista se podría decir que está hecho de retazos, de “flashes” dictados por un inconsciente tan lúdico como cruel, está compuesto con la precisión de un relojero, entremezclado en un amasijo singular de creatividad desopilante y experiencia concreta, que hace “sentir” al lector una experiencia (valga la redundancia) parecida a la que se aprecia cundo se enfrenta alguna lectura de Kafka, “traducidas habitualmente en paradojas o en esas parábolas enigmáticas que provocan un sentimiento de inquietud”, más parecido a un escalofrío.

Esto último considero importante recalcar a la hora en que los aguafiestas de turno puedan calificar su lectura de gélida y sin sentimientos (ausente de sentimentalismo). Aquí no hay desbordes de un “yo” víctima de las vicisitudes de la vida, ni un sentimentalismo egocentrista, ni añoranzas de un pasado “siempre presente” como fotografía sepia, bella, pero tiesa y maqueteada.

Este no es un lenguaje romanticón, ni sonido gutural de vísceras llenas de pipeño, se trata más bien del desollamiento de un cuerpo, de una realidad siempre en movimiento, cuyo interior es más inquietante de lo que a simple vista podría percibir el distraído peatón-televidente-lector. Repito, no tiene que ver con la “sensiblería”, tiene que ver con las “sensaciones” provocadas por esa mezcla de sensibilidad, humor e inteligencia que entregan estas imágenes en apariencia irreales, pero que encarnan el paradigma de un cuerpo social, histórico y cultural concreto, por ejemplo el de nuestro “Chile soñado a palos” en palabras del autor.

Por otro lado podríamos también hablar de otro ingrediente que enjundia esta carbonada. Se trata más bien de un juego que sabe bien jugar este homo ludens. Hablo del escamoteo itinerante con el lenguaje propio de las ciencias, (matemáticas, física, astronomía, botánica) que casi en un experimento alquímico Moncada mezcla con la variopinta y contrahecha vida en torno al arte, que por supuesto no está en contrasentido con la vida práctica o burguesa, “como cagar o tirarse peos” (Parra) y explicar finalmente la teoría del caos.

Es así como este músico y Cía. Interactúan sus escenas caóticas, tan parecidas a la realidad como los sueños, en escenarios rotativos donde personajes como los “archipacos”, “gendarmes”, “putas”, “concejales”, “duques”, “diucas”, “pornodoncellas”, “dueños de botillerías” y “cartoneros de la comarca” arman una galería de seres travestidos mostrando aquí su cara más turbia, tanto como su costado mas quebradizo, tornando esta partitura en un réquiem para un mundo absurdo donde abunda la tontera, la ineficiencia y el desprecio al talento. Convirtiéndose así este no-discurso, en parábola para evidenciar la falta de tino y reflexión para ver y decodificar lo que hay detrás de tanto maquillaje y cortina de humo.

Este músico-aedo es también una especie de luthier-pánico fabricante de sus propios instrumentos “neobarrocos”, piezas de artillería musical, tortura o libro de poesía que quizá sólo aspiren a tocar la vibración del silencio, interpretar la “musiquilla de las pobres esferas”, de las máquinas o de cañerías. Sin embargo, por autocrítica o víctima de su propio humor negro, el artista aquí representado, e indefinido por defecto, termina siempre estrellando sus aparejos constantes y sonantes sobre la propia cabeza o el espinazo más próximo, en un acto no de soberbia de payaso callejero diría yo, o payaso rematado, como diría Moncada, “que viven como si los semejantes fueran un público, y no un prójimo”, sino para hacer vibrar (y ojala zumbar) la cuerda de la imaginación, el rigor y la humanidad. O sea todo lo contrario del tedio y el snobismo. Darse cuenta sigue y seguirá siendo gratis.


(1)Historia de Amor

Entre los Agujeros de la Flauta

y los Dedos del Pianista


Neobarroco y neodadá

tensan el musical antibíblico

uniendo el final de la cuerda

al núcleo del terremoto.


Jotes, galanas, putos y doncellas

mueven las manos en el jardín

de tal manera

que dirigen una orquesta imaginaria.


Yo espero mi turno

para soplar una flauta de termitas

una escopeta de lujo

una cerbatana para clavar el hipocentro.


Más ahí aparece un teórico de palacio

y dice:


Consideremos que neodadá

se comporta con densidad

sodomítica, de tal manera

que neobarroco se abanica

con la frecuencia del protón.


Consideremos también

que cualquier melodía

caerá tarde o temprano

cambiando el curso de la tragedia.


Eso dijo y cambió la cosa

Pues payaso y payasa no se vieron más

Vacía para siempre la flauta horaria.

1 comentario:

Valeria Tentoni dijo...

Uno de los libros más preciosos que he tenido entre manos,
de uno de mis poetas preferidos
-de este y todos los tiempos-.
No es exageración;
exageración es pensar que cosas como estas no pueden decirse.
Saludos desde Buenos Aires.