lunes, 7 de julio de 2008

AL SON DEL POEMA


Músico de la Corte, de Felipe Moncada

Por Felipe Ruiz

Han pasado algunos años, pero recuerdo bien los versos con que abre el último poema de la antología Cantares: “Heme aquí con las manos acalambradas, llenas de articulaciones/ rotas; he aquí un silencio en medio de fusas y corcheas, sin/ sentidos vivos, recitando versos de dolor temprano”. El poema pertenece al joven poeta Eduardo Fuentes y si es poeta, aún, no lo sé con certeza. Aunque desde luego los versos son infinitos y con éstos, sólo bastan para denominarse poeta para el resto de su vida. Me vienen a la cabeza, digo, por una sencilla razón: ahora que en nuestros pubs hay música, ahora que en los autos hay música, ahora que en los supermercados, en los consultorios, en las comidas rápidas, en los malls; ahora que con mayor frecuencia vemos a jóvenes y adultos con audífonos, ahora que los celulares tocan música, ahora que se puede descargar cientos de discos de Internet, ahora que se puede portar música en aparatos minúsculos, y que por otra parte se practica, incipientemente en Chile, una “filosofía de la música”, el alcance, la hondedad, de la belleza del arte musical nos toca a fondo, nos mantiene alertas; porque quizás esa belleza encierra un horror macabro, o porque de todas las artes la música es la más versátil, la que genera más adhesión popular.

Con todo, lo que encierra un poema como Músico de la Corte, de Felipe Moncada, debe ser leído bajo esa doble factura de belleza/horror, alegría/tedio que la música, sea en sus versiones más “cortesanas” o “populares”, encierra. No estamos posiblemente en condiciones de situar este poema en un tono al que acostumbramos a parcelar a las obras de la capital: su profunda extrañeza, la situación de desarraigo frente a lo urbano es patente. Pero sin ir muy lejos, esa misa extrañeza logra que el poeta Moncada se sitúe en la forma de un observador atento y a la vez alucinado con la forma y el registro:

Cruzamos un páramo de poliedros:

Por cada sauce chino
Cuatro poetas envejecen al azar

Una vertiente silba en honor de las violetas muertas

Dice en Antes que Floten los peces. Los juegos de lenguaje y el non sense es recurrente en la poesía de Moncada, y aunque no siempre sea un resultado bien logrado – puede, en algún lector, sonar demasiado recurrente el sin sentido -, alcanza en algunos pasajes una soltura de tan alto vuelo que provoca cierta desesperación, cierta angustia ante un mapa trazado para la simpatía del lector, pero también para su desazón:

Entré a su cama de niebla
Con la velocidad que los timbales
Logran retroceder la primavera
Los besos de ella se adherían
Con la insistencia de la llovizna
Y la furia de las palomas

Corrí muerto de miedo hacia el final de la pieza
Cuando la vibración de los platillos
Hizo chocar mi boca contra los muros

Entonces fui el ciruelo lleno de polen
Novio de las mañanas que florecerán al revés

Es de Corrí Muerto de Miedo. Y es esa extrañeza de los versos, algunos simples curiosidades, pero otros (como el último), frutos de una misteriosa cavilación, que se va tejiendo Músico de la Corte

Novio de las mañanas que florecerán al revés

¿Cómo es que florecen al revés? Se indica aquí la belleza de este momento en que el tiempo, nivelado, se convierte en tiempo inverso. Pero esa relegación del tiempo es, en el lugar que ocupa nuestra cultura el cálculo y el computo, simplemente un sueño, una fantasía. Aún así, el tema de ese tiempo involutivo, es nominado en futuro: “florecerán”. No se nombra así el tiempo que florece como las estaciones, sino el tiempo que las mañanas (ellas) al revés, florecen.

La relación a este fin que adelanta a todo comienzo indica la nivelación del tiempo ordinario a la que este poema nombra. Allí no se nombra el futuro como progresión sucesiva de presentes. Se nombra más bien, el futuro que, adelantando a todo final, está destinado ya al fin. Nombra, por tanto, ese lugar donde desde luego ya nos encontramos.

De ese espaciamiento que nombra, designa, el poeta nombra el espanto. Y lo hace diciendo

Corrí muerto de miedo hacia el final de la pieza

Ese “final” de la pieza designa el cruce del poeta desde esa noche hacia la alborada que está al final de la pieza. La pieza, como situación de espacio y habilitación, designa lo recíproco del devenir tiempo. Curioso, correr hasta el final de la pieza, como si la pieza pudiera ser tan espaciosa para permitirse correr dentro de ella. Así se designa nombra, desde luego, el espaciamiento del habitar del mundo que, no por casualidad, el poeta designa como música. La esencia de la música determina el sentido que adquiere el poema como imagen – tiempo. Desde esa apertura, el poeta dice

Cuando la vibración de los platillos
Hizo chocar mi boca contra los muros

Lo que se escucha es designado como designación que, al tempo de correr al fin del muro, implica un giro cuya vibración es dolor. La vibración designa así, en este poema, lo vibrátil del dolor, que en la música resurge como remembranza del tiempo en que sí se podía correr por la habitación.

Un poemario de alto vuelo, y de implicancias líricas hermosas, Moncada nos mueve en la inquietud de la música, de lastre. Pero poesía hay aquí y en eso no se descarta que sea posible esperar gruesos hallazgos en el futuro de este joven poeta.




Texto aparecido en Letras.s5.com (acá)

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