(“Músico de la corte”, Felipe Moncada, Editorial Fuga, Valparaíso, 2008)
Por Andrés Florit
Finalmente, creo que no comulgo con el sin-sentido, a menos que tenga sentido. Los surrealistas lograron habilitar otras vías de conexión con el inconsciente y los que eran poetas lograron estremecernos. Así han venido otros, como Celan o Rosamel del Valle que nos dieron bellos enigmas, autónomos y no referenciales. Cuando la poesía se muestra a partir del sin-sentido, tenemos otro tipo de conexión con el misterio, con lo no-nombrado. Eriza no entender y sin embargo entender. Pero cuando el sin-sentido es un mero tirar de dados para hacer algo literariamente novedoso o inteligentemente conceptual, es sólo artificio, retórica fácil, texto vacío.
Ya lo sé Dios no es tarado
ni compone arrojando dados
como charlatán de feria.
Es tan difícil escribir sobre los compañeros de ruta, tener que leerlos empañando sus libros con nuestro ánimo de momento. Por eso la crítica me parece siempre relativa y sólo importante cuando construye puentes entre un hipotético lector y la obra en cuestión. Y esos puentes siempre serán distintos, incluso sin son construidos por la misma persona en diferentes momentos. Hoy, domingo brumoso, releo “Músico de la corte”, de Felipe Moncada (1973), y veo en él un divertimento que tiene sentido, y que no es un invento para agradar a la corte que quizás somos nosotros mismos.
En tono de opereta y bellamente ilustrado con dibujos de Pablo Valdés, este libro construye sentido a partir del juego y del ritmo, de imágenes excéntricas y un oído definitivamente contemporáneo, que no se deshace completamente de la racionalidad y se permite intelectualizar sus intuiciones, inscribiendo su obra en el ahora del arte contemporáneo.
Así, el sin-sentido, en Moncada, no es un dictado automático del inconsciente. Aquí hay intención y dados cargados. Una amalgama de tradiciones diversas, bien asimiladas y desacralizadas, que en Chile podríamos vincular a la obra temprana de Huidobro o a la coloquialidad de Parra, pasando por Lihn y Teillier, con Li Po entre medio y una informada cultura musical. De todos modos, no es una colección que se aleje completamente de lo discursivo, sin que eso sea un reproche. Quiero decir: esto no es música de supermercado, despolitizada, seudo-estetizante y aséptica como la que escuchamos en el Paseo Huérfanos o leemos en otros poetas “de avanzada”. Quizás este verso sea un buen botón de muestra: “Mi destino es un aro de luz /y no una estrella en la camisa”.
Pero es eso y más y menos. Moncada me parece interesante porque se conecta con una cotidianidad trascendente y a la vez situada, que pese a desacralizar no olvida que pertenecemos a un todo misterioso, a una verdad que nos desborda, que es sugerida sin gravedad. No se queda en el gesto metapoético anti-metafísico. Hay una vida poética interior que bulle y se nos presenta, a veces balbuceante, a veces lúdica, con un humor que se conecta sutilmente con lo trágico:
Solamente me entrego (dijo)
si demuestras la existencia del silencioelegí un cementerio en la costa
y puse un par de nubes en la peceravarios días sin comer me dieron la pista:
debía caminar en espirales
respirando lo mínimo posibleentonces la nube comenzó a vibrar
penetrando cada milímetro de pastoy se logró el silencio por vez primera
cosa que luego se volvió rutina.
El sanfelipeño Moncada está construyendo un tono bastante personal y digno de la mayor atención. Quiere escuchar “los engranajes del aire” y que oigamos “el vacío del mundo”, mientras nos sugiere que “toda melodía es una conjetura”.
Al citarlo, me doy cuenta lo inútil de glosarlo. Así que dejo este “oficio de tinieblas” y le cedo el final acorde: “no estoy para fantasías mecánicas /así que vuelve mi sombra a su bajo perfil // olvida mi poesía de ruleta rusa".Texto aparecido en Letras.s5.com (acá)