lunes, 7 de julio de 2008

La ruleta rusa de Felipe Moncada

(“Músico de la corte”, Felipe Moncada, Editorial Fuga, Valparaíso, 2008)


Por Andrés Florit


Finalmente, creo que no comulgo con el sin-sentido, a menos que tenga sentido. Los surrealistas lograron habilitar otras vías de conexión con el inconsciente y los que eran poetas lograron estremecernos. Así han venido otros, como Celan o Rosamel del Valle que nos dieron bellos enigmas, autónomos y no referenciales. Cuando la poesía se muestra a partir del sin-sentido, tenemos otro tipo de conexión con el misterio, con lo no-nombrado. Eriza no entender y sin embargo entender. Pero cuando el sin-sentido es un mero tirar de dados para hacer algo literariamente novedoso o inteligentemente conceptual, es sólo artificio, retórica fácil, texto vacío.

Ya lo sé Dios no es tarado
ni compone arrojando dados
como charlatán de feria.

Es tan difícil escribir sobre los compañeros de ruta, tener que leerlos empañando sus libros con nuestro ánimo de momento. Por eso la crítica me parece siempre relativa y sólo importante cuando construye puentes entre un hipotético lector y la obra en cuestión. Y esos puentes siempre serán distintos, incluso sin son construidos por la misma persona en diferentes momentos. Hoy, domingo brumoso, releo “Músico de la corte”, de Felipe Moncada (1973), y veo en él un divertimento que tiene sentido, y que no es un invento para agradar a la corte que quizás somos nosotros mismos.

En tono de opereta y bellamente ilustrado con dibujos de Pablo Valdés, este libro construye sentido a partir del juego y del ritmo, de imágenes excéntricas y un oído definitivamente contemporáneo, que no se deshace completamente de la racionalidad y se permite intelectualizar sus intuiciones, inscribiendo su obra en el ahora del arte contemporáneo.

Así, el sin-sentido, en Moncada, no es un dictado automático del inconsciente. Aquí hay intención y dados cargados. Una amalgama de tradiciones diversas, bien asimiladas y desacralizadas, que en Chile podríamos vincular a la obra temprana de Huidobro o a la coloquialidad de Parra, pasando por Lihn y Teillier, con Li Po entre medio y una informada cultura musical. De todos modos, no es una colección que se aleje completamente de lo discursivo, sin que eso sea un reproche. Quiero decir: esto no es música de supermercado, despolitizada, seudo-estetizante y aséptica como la que escuchamos en el Paseo Huérfanos o leemos en otros poetas “de avanzada”. Quizás este verso sea un buen botón de muestra: “Mi destino es un aro de luz /y no una estrella en la camisa”.

Pero es eso y más y menos. Moncada me parece interesante porque se conecta con una cotidianidad trascendente y a la vez situada, que pese a desacralizar no olvida que pertenecemos a un todo misterioso, a una verdad que nos desborda, que es sugerida sin gravedad. No se queda en el gesto metapoético anti-metafísico. Hay una vida poética interior que bulle y se nos presenta, a veces balbuceante, a veces lúdica, con un humor que se conecta sutilmente con lo trágico:

Solamente me entrego (dijo)
si demuestras la existencia del silencio

elegí un cementerio en la costa
y puse un par de nubes en la pecera

varios días sin comer me dieron la pista:
debía caminar en espirales
respirando lo mínimo posible

entonces la nube comenzó a vibrar
penetrando cada milímetro de pasto

y se logró el silencio por vez primera
cosa que luego se volvió rutina.

El sanfelipeño Moncada está construyendo un tono bastante personal y digno de la mayor atención. Quiere escuchar “los engranajes del aire” y que oigamos “el vacío del mundo”, mientras nos sugiere que “toda melodía es una conjetura”.

Al citarlo, me doy cuenta lo inútil de glosarlo. Así que dejo este “oficio de tinieblas” y le cedo el final acorde: “no estoy para fantasías mecánicas /así que vuelve mi sombra a su bajo perfil // olvida mi poesía de ruleta rusa".

Texto aparecido en Letras.s5.com (acá)

AL SON DEL POEMA


Músico de la Corte, de Felipe Moncada

Por Felipe Ruiz

Han pasado algunos años, pero recuerdo bien los versos con que abre el último poema de la antología Cantares: “Heme aquí con las manos acalambradas, llenas de articulaciones/ rotas; he aquí un silencio en medio de fusas y corcheas, sin/ sentidos vivos, recitando versos de dolor temprano”. El poema pertenece al joven poeta Eduardo Fuentes y si es poeta, aún, no lo sé con certeza. Aunque desde luego los versos son infinitos y con éstos, sólo bastan para denominarse poeta para el resto de su vida. Me vienen a la cabeza, digo, por una sencilla razón: ahora que en nuestros pubs hay música, ahora que en los autos hay música, ahora que en los supermercados, en los consultorios, en las comidas rápidas, en los malls; ahora que con mayor frecuencia vemos a jóvenes y adultos con audífonos, ahora que los celulares tocan música, ahora que se puede descargar cientos de discos de Internet, ahora que se puede portar música en aparatos minúsculos, y que por otra parte se practica, incipientemente en Chile, una “filosofía de la música”, el alcance, la hondedad, de la belleza del arte musical nos toca a fondo, nos mantiene alertas; porque quizás esa belleza encierra un horror macabro, o porque de todas las artes la música es la más versátil, la que genera más adhesión popular.

Con todo, lo que encierra un poema como Músico de la Corte, de Felipe Moncada, debe ser leído bajo esa doble factura de belleza/horror, alegría/tedio que la música, sea en sus versiones más “cortesanas” o “populares”, encierra. No estamos posiblemente en condiciones de situar este poema en un tono al que acostumbramos a parcelar a las obras de la capital: su profunda extrañeza, la situación de desarraigo frente a lo urbano es patente. Pero sin ir muy lejos, esa misa extrañeza logra que el poeta Moncada se sitúe en la forma de un observador atento y a la vez alucinado con la forma y el registro:

Cruzamos un páramo de poliedros:

Por cada sauce chino
Cuatro poetas envejecen al azar

Una vertiente silba en honor de las violetas muertas

Dice en Antes que Floten los peces. Los juegos de lenguaje y el non sense es recurrente en la poesía de Moncada, y aunque no siempre sea un resultado bien logrado – puede, en algún lector, sonar demasiado recurrente el sin sentido -, alcanza en algunos pasajes una soltura de tan alto vuelo que provoca cierta desesperación, cierta angustia ante un mapa trazado para la simpatía del lector, pero también para su desazón:

Entré a su cama de niebla
Con la velocidad que los timbales
Logran retroceder la primavera
Los besos de ella se adherían
Con la insistencia de la llovizna
Y la furia de las palomas

Corrí muerto de miedo hacia el final de la pieza
Cuando la vibración de los platillos
Hizo chocar mi boca contra los muros

Entonces fui el ciruelo lleno de polen
Novio de las mañanas que florecerán al revés

Es de Corrí Muerto de Miedo. Y es esa extrañeza de los versos, algunos simples curiosidades, pero otros (como el último), frutos de una misteriosa cavilación, que se va tejiendo Músico de la Corte

Novio de las mañanas que florecerán al revés

¿Cómo es que florecen al revés? Se indica aquí la belleza de este momento en que el tiempo, nivelado, se convierte en tiempo inverso. Pero esa relegación del tiempo es, en el lugar que ocupa nuestra cultura el cálculo y el computo, simplemente un sueño, una fantasía. Aún así, el tema de ese tiempo involutivo, es nominado en futuro: “florecerán”. No se nombra así el tiempo que florece como las estaciones, sino el tiempo que las mañanas (ellas) al revés, florecen.

La relación a este fin que adelanta a todo comienzo indica la nivelación del tiempo ordinario a la que este poema nombra. Allí no se nombra el futuro como progresión sucesiva de presentes. Se nombra más bien, el futuro que, adelantando a todo final, está destinado ya al fin. Nombra, por tanto, ese lugar donde desde luego ya nos encontramos.

De ese espaciamiento que nombra, designa, el poeta nombra el espanto. Y lo hace diciendo

Corrí muerto de miedo hacia el final de la pieza

Ese “final” de la pieza designa el cruce del poeta desde esa noche hacia la alborada que está al final de la pieza. La pieza, como situación de espacio y habilitación, designa lo recíproco del devenir tiempo. Curioso, correr hasta el final de la pieza, como si la pieza pudiera ser tan espaciosa para permitirse correr dentro de ella. Así se designa nombra, desde luego, el espaciamiento del habitar del mundo que, no por casualidad, el poeta designa como música. La esencia de la música determina el sentido que adquiere el poema como imagen – tiempo. Desde esa apertura, el poeta dice

Cuando la vibración de los platillos
Hizo chocar mi boca contra los muros

Lo que se escucha es designado como designación que, al tempo de correr al fin del muro, implica un giro cuya vibración es dolor. La vibración designa así, en este poema, lo vibrátil del dolor, que en la música resurge como remembranza del tiempo en que sí se podía correr por la habitación.

Un poemario de alto vuelo, y de implicancias líricas hermosas, Moncada nos mueve en la inquietud de la música, de lastre. Pero poesía hay aquí y en eso no se descarta que sea posible esperar gruesos hallazgos en el futuro de este joven poeta.




Texto aparecido en Letras.s5.com (acá)